Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







miércoles, 4 de marzo de 2015

Ceniza de espuma...



(Dedicado a la amiga Rafaela, en el infinito...)


Fue un día


    Fue un día en que yo no te esperaba. Y entraste, sin que yo te lo pidiese, en mi corazón, como un desconocido cualquiera, rey mío; y pusiste tu sello de eternidad en los instantes fugaces de mi vida. 
    Y hoy los encuentro por azar, desparramados en el polvo, con tu sello, entre el recuerdo de las alegrías y los pesares de mis anónimos días olvidados.
    Tú no desdeñaste mis juegos de niño por el suelo; y los pasos que escuché en mi cuarto de juguetes, son los mismos que resuenan ahora de estrella en estrella.


Rabindranath Tagore
(Gitánjali - Ofrenda lírica)*


... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...


    El poeta Tagore murió en 1941, su cuerpo fue incinerado y sus cenizas arrojadas al Ganges, según la costumbre hindú. Y ocho años después, otro poeta, Juan Ramón Jiménez, escribía lo siguiente:
     
    Estando yo un día en la playa que yo sé, cogí con mi mano la espuma de una ola que me gustó, como una fresca ceniza de nácar, que se quedó en mi palma.
    Sin saber por qué, una idea se me hizo en un instante palabra, palabra segura y natural; y yo dije alto: «Es ceniza de Tagore».
    ¿Por qué lo dije yo? Tú lo viste. Y me viste en la palma de mi mano aquella ceniza de espuma que no se me iba, que centelleaba como si estuviera viva.
    El Ganges se llevó hacia el mar total la preciosa vida de Tagore, ya en cenizas de la quema de su cuerpo. Y el poeta se unió en ceniza al mundo por medio del mar. (...)

    No soy lector de Tagore, más allá de algún que otro poema, pero quiero dedicar estas letras suyas al recuerdo de una querida amiga, Rafaela Marcos Gómez, buena maestra de escuela y buena lectora, mujer inteligente, luchadora y llena de alegría a la que conocí en mi juventud y con la que mantuve durante años muy interesantes conversaciones, sobre literatura, filosofía y religión, en largos paseos por la ciudad o por el campo; o sentados ante una taza de té en el salón de su pequeña y acogedora casa de Madrid (en donde solía estar también la que era entonces mi compañera, que había sido alumna suya cuando niña). Largas y amenas tertulias que entre risas, bromas y veras, nos dejaban siempre un buen sabor a amistad y a vida que nunca podré olvidar.
    Nos conocimos, curiosamente, por leer a Hermann Hesse, como me ha ocurrido con otros buenos encuentros a lo largo y ancho de esta vida... Se enteró por un maestro compañero del mismo colegio, don Jesús Gómez Pinto, filósofo, político y escritor (de cuya casa era yo asiduo), de mi preferencia por los libros de ese autor romántico y estepario, que a ella le gustaban mucho, y después de oírme hablar en las reuniones empezó a verme como una especie de joven Siddharta... Lo cual no deja de ser muy exagerado, pero que entiendo, dada mi presencia en aquellos tiempos, con menos de veinte años, pelo negro largo, sin casi afeitar y con un brillo aventurero e inquisitivo en la mirada, como si fuera un samana del bosque... Pero, bueno, eso no viene ahora al caso. 
    Rafaela sí que era muy aficionada a poesías, filosofías y misticismos orientales, y le gustaba mucho Tagore. Solía ver, en mis visitas a su casa de Madrid, un pequeño retrato de Tagore en un lugar principal de su vitrina, junto a otras imágenes de Jesús y de Buda, y algunos otros místicos o profetas cuyo nombre no recuerdo. Por eso le dedico estas letras. No porque sea hoy una fecha señalada. No recuerdo ahora exactamente cuando murió, sólo que fue ya hace algunos años. No sé si su cuerpo fue incinerado o enterrado. Y no he ido a ninguna playa a coger con la mano la espuma de ninguna ola... Pero he encontrado esta noche, entre mi revuelta biblioteca, un librito dedicado a Rabindranath Tagore y eso me ha traído su recuerdo. Leyéndolo por encima, se me ha presentado la cálida imagen de la amiga Rafaela, su voz risueña, su chispeante mirada... Y, sinceramente, la he echado de menos.
    Es por eso que, dentro de la esfera del infinito, en el círculo de lo que escapa a los límites del espacio y el tiempo, le dedico estas letras. Esté donde esté ahora su conciencia, su risa, su mirada, me encantaría que le llegase algo, aunque fuese sólo una mínima parte, del cariño con que las escribo. Porque sé, de buena tinta, que a Rafaela le hubiese gustado mucho este humilde, nocturno y estepario cuaderno, que no llegó a conocer. Y porque seguro que le gustaría también mucho saber que aún la recuerdo. Imposible para mí el no hacerlo.       

    En el poema de Tagore, donde dice «rey mío», yo hubiese escrito... «magia». Porque es sin duda la magia la que ha puesto su sello de eternidad en los instantes fugaces de mi vida. Cualquier otra cosa, fuera de esto, la siento como secundaria, e incluso terciaria o cuaternaria. Sin magia, sin sus mensajeros sueños, fulgentes o sombríos, el mundo y la misma vida me sabrían a nada.    


Antonio H. Martín
(4 de marzo, 2015)    






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(*) versión de Zenobia Camprubí
imagen 1: Atardecer en la playa (de B.i.g.)
imagen 2: Rabindranath Tagore (1861-1941)
imagen 3: Albert Einstein y Rabindranath Tagore

4 comentarios:

  1. Precioso homenaje a tu amiga, estoy segura que donde se encuentre se habrá sentido feliz...Muy bello.
    Buena y soleada tarde caminante.

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    1. Gracias, P.
      Aunque no soy adicto ni acólito de ninguna religión, sí tengo mi manera sui generis de creer en el "más allá". Así que confío en que la querida amiga Rafaela (de algún modo extraño e incomprensible, pero auténtico), haya encontrado un eco de este pequeño recuerdo dedicado a ella.
      Hay quienes creen en que nada se pierde nunca del todo... Y eso incluye, por supuesto, a los gestos y las palabras. Y quizá hay una forma "mágica" en que tanto unos como otras pueden cruzar esa última frontera.

      Buen día de sábado, amiga.

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  2. Un hondo y bello homenaje a Rafaela, Antonio. Tampoco soy fanática de Tagore. Excepto por algún que otro poema no he podido sostener la lectura de su obra demasiado, pero esto que aquí incluyes es precioso. Sin duda habita en tu corazón un joven Siddharta, no me cabe duda alguna.

    Un fuerte abrazo.

    Fer

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    1. Quizá Tagore usaba un lenguaje tendente al misticismo, que es lo que le ha dejado un tanto obsoleto para nuestros oídos modernos y occidentales. Como ocurre también, imagino, con Khalil Gibran y otros autores similares. Pero si se le lee con atención, desbrozando su prosa poética, se encuentran elementos de indudable belleza.
      De todas maneras, no le cito por ser uno de mis favoritos (que no lo es), sino porque la amiga Rafaela sentía devoción por toda su obra.
      En cuanto a lo de "joven Siddharta"..., quizás entonces, a los 18 o 20 años, algo había de eso, pero el tiempo nos lleva a veces por derroteros muy distintos, que nos alejan de algunos ideales de juventud. Pero, de todos modos, muchas gracias por decirlo. Siempre queda algo de lo que fue.

      Un abrazo, sensible amiga Fer.

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