Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







lunes, 7 de marzo de 2016

Casas que caminan...




    Hace tiempo escribí aquí algo sobre esa antigua verdad de que el hogar está en el corazón y en ninguna otra parte... Lo que no quiere decir que no sea necesario además encontrar algún sitio en el mundo en el que podamos sentirnos en casa. Ese lugar sería el refugio, acogedor y seguro, la pequeña torre donde se concentra y se expresa, libre y satisfactoriamente, la personal dimensión de "lo nuestro", con sus objetos, sus colores y aromas, sus iconos y fetiches, con todo aquello que conforma nuestro mundo individual y se traduce en reconocimiento y sensación de compañía. En definitiva, en nuestro hogar.
    Muchas veces ese encuentro no se consigue fácilmente, y puede incluso llevar casi toda una vida el hacerlo. Hay quienes aún están en la búsqueda, después de mucho tiempo, procurando no perder del todo ese frágil hilo de la ilusión y la esperanza, a pesar del curso de los años, que se suceden cada vez con mayor rapidez, y siguen confiando en poder hallarlo algún día.
    Pero también hay otras ocasiones en que es la casa quien busca dueño... Sí, casas solas, vacías, viejas y abandonadas, sin moradores, sin inquilinos, sin voces ni risas, sin presencias. He visto muchas, y parecen llamarte a través de sus tristes ventanas, por las que no se asoma nunca nadie.
    Imaginemos que una buena mañana algunas de esas casas, cansadas de la soledad, del vacío y el silencio, decidieran levantar sus cimientos y saliesen a caminar por el mundo. No sólo para buscar a alguien amigo que quiera residir en ellas, sino sencillamente para ver nuevos paisajes, nuevos horizontes y distintas perspectivas, y quizá también para encontrar un sentido a su existencia. Enfrentadas, como cualquier ser humano, entre temores y asombros, al misterio de la vida y a las penumbras de un destino incierto, azaroso e imprevisible. Quizá porque las casas, como ocurre con algunos animales de compañía, terminan impregnándose del carácter de quienes las habitan o habitaron. 
    Parece imposible, pero como la imaginación no tiene límites...


Antonio H. Martín 
(7 de marzo, 2016)




      

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