... Se sentó a esperar la llegada del viejo Achim, que estaba ocupado en esos momentos, según le dijo la amable sirvienta de la casa. Transcurrió el tiempo y el dr. Hans miró su reloj... Había pasado más de media hora y la puerta del cuarto de Achim no se abría. Sí que estaba ocupado este hombre, pensó. Seguro que saldría raudo si supiera de qué trata mi noticia. Y mientras esperaba, Hans se fijó en una rara figura, de las muchas que había en aquel salón. Era como un ídolo, en actitud danzante, y le llamó la atención su color.... En ese instante, un fino haz del sol de la tarde tocó a esa figurilla y ésta pareció moverse. Durante unos segundos, pareció como si bailara... El dr. Hans se acercó con curiosidad, envuelto en la humareda de su cigarro, mientras pensaba en qué extraño portento acababa de presenciar, o si se trataba de un simple efecto óptico provocado por el delgado rayo de sol. Incrédulo, y al mismo tiempo asombrado, Hans se dispuso a asir la figura, para ver de qué material estaba hecha. Pero en ese preciso momento, escuchó una voz grave que le hablaba desde atrás:
—¡No, Hans! ¡No la toques!
Era el propio Achim quien así había hablado, que acababa de salir de su cuarto de estudio, de su cueva de los secretos. Afortunadamente, a pesar de sus tajantes palabras, el dr. Hans observó aliviado que éste le miraba con una media sonrisa.
—Siéntate, amigo Hans, y dime a qué se debe tu inesperada visita. Más tarde te explicaré por qué no debe tocarse esa figura que estabas mirando tan fijamente.
Después de estrechar la nudosa mano del viejo Achim, el doctor se volvió a sentar y, ya repuesto de su sorpresa de antes, comenzó a narrar los detalles previos a su descubrimiento. Y cómo encontró al final, en el fondo de la gran cueva, el maravilloso cristal. Achim escuchaba en silencio. Y luego le preguntó al doctor:
—¿No sucedió nada especial antes de que descubrieras ese brillo rojizo en medio de las sombras del fondo?
El dr. Hans recordó entonces algo importante, que sorprendentemente había olvidado. Ya estaba caminando hacia la salida de la cueva, convencido de que allí tampoco se encontraba lo que buscaba, cuando oyó el canto de un pájaro. Sí, un canto muy fino y musical. Lógicamente, le extrañó sobremanera oír a un pájaro dentro de la cueva, y se dirigió hacia donde parecía hallarse. Y llegó a verle, muy en el fondo, entre sombras, pero extrañamente brillante. Era muy pequeño y de vivos colores. Y en seguida el pájaro aquel levantó el vuelo y desapareció. Justo debajo de donde había estado posado, es donde encontró el cristal. El viejo Achim sonrió abiertamente.
—Ese era el pájaro del sueño...
—¿El pájaro del sueño?, preguntó asombrado el dr. Hans.
—Sí —respondió Achim—, es un pájaro muy especial, que se hace visible muy raras veces. Es un privilegio que lo hayas encontrado. Él fue quien te guió hacia el cristal.
—¿Lo cree usted así? —preguntó el doctor, que seguía sin salir de su asombro.
—Sin duda. Sin la ayuda del pájaro, el cristal te habría pasado desapercibido. Él te indicó dónde estaba.
—¿Y por qué hizo eso ese extraño pájaro?
—No preguntes y conténtate con haber sido sujeto de su regalo.
El dr. Hans volvió a mirar al ídolo danzante, que estaba cerca, sobre la repisa de la chimenea. Y sin saber bien por qué, notó que esa figura le recordaba algo al pájaro de la cueva, al pájaro del sueño, como le llamaba el viejo Achim. Quizá era su mirada, esa mirada brillante, lo que tenía cierta similitud con los vivos ojillos del pájaro.
Antonio H. Martín
Lo dicho, pinta muy bien tu cuento. Y en estos momentos tan convulsos, resulta todo un alivio...
ResponderEliminarUn abrazo y gracias por ello, amigo.
Gracias, Cristal.
ResponderEliminarSólo por comentarios como el tuyo creo que merece la pena seguir, a pesar de los inconvenientes e incomodidades.
Fíjate, la sociedad entre convulsiones y yo escribiendo un cuentito fantástico... Está claro que estoy algo loco, pero me gusta estarlo.
Un abrazo, amiga. Y, por favor, sigue tú también escribiendo, que falta nos hace a todos cuantos te leemos.
Me gusta. Siempre merece la pena leerte, amigo Antonio.
ResponderEliminarUn beso
Me alegro, Malú. Y gracias por decir eso.
ResponderEliminarCasi me imagino al doctor Hans dándose una vuelta por Niembro, junto a la orilla.
Besines